En nuestro día a día es habitual hacer referencia a diferentes sensaciones corporales para expresar como nos sentimos. Frases como “tengo un nudo en la garganta”, “siento presión en el pecho”, “me va a estallar la cabeza”, “siento mariposas/agujero en el estómago”, “se me pone la piel de gallina”… Sencillamente nos hablan de cómo nuestras emociones se expresan a través de nuestro cuerpo. Y es que si una emoción se reprime el cuerpo la expresa. Por lo tanto, cuerpo y emoción, a pesar de ser dos entidades distintas, están interconectadas.
Es importante saber que no existen emociones buenas o malas. Sino que hay emociones más o menos agradables. El miedo, la tristeza, la alegría, la rabia son algunas de las emociones básicas. Y cada una de ellas está diseñada biológicamente para cumplir una función específica. Es decir, nuestras emociones responden a estímulos internos o externos. Y nos preparan para responder a nuestra realidad de manera adaptativa.
Pero ¿qué ocurre cuando en lugar de expresar una emoción la reprimimos? Por suerte, o por desgracia, las emociones no desaparecen. El cuerpo primero «‘habla» suavemente y si no es escuchado «grita». Y es que cuando no atendemos lo que sentimos, nuestro cuerpo transforma la emoción en un síntoma. Es como si el cuerpo, de manera sabia, nos mostrara a través de la enfermedad aquello que no queremos mirar, pero que necesita ser visto y atendido.
Por ello, es importante entender y observar cómo nuestro cuerpo, a través de la somatización, nos muestra algo que necesita ser escuchado.
Vamos a poner un ejemplo: imaginaros que debemos enfrentarnos a una situación que podemos percibir amenazante, como puede ser hablar en público. Es muy probable, que antes de empezar, nuestro cuerpo empiece a mandarnos señales, a modo de sensaciones físicas desagradables. Podemos sentir dolor de estómago, sudor frío, palpitaciones, presión en el pecho, sequedad en la garganta. ¿Qué nos quieren decir todas estas señales? Probablemente que estamos contactando con un miedo. El más común en este caso es el miedo al juicio y a la evaluación externa, lo también conocido como miedo al rechazo. Una vez identificada la emoción, podemos poner en marcha nuestros recursos internos y externos para regularnos, entrar en calma y hacer frente a la situación de la manera más sana y adaptativa posible.
La respiración permite acompañar y regular la emoción. Los pensamientos positivos de confianza dan seguridad a la persona. El pasar a la acción disminuye el miedo cuando se logra estar conectado con el presente. Estos son algunos recursos que pueden ser de utilidad para regular las emociones.
Es importante recordar que si una emoción se reprime el cuerpo lo expresa. Así que escuchemos nuestro interior para que no tenga necesidad de gritar a través de síntomas.
Si deseas profundizar sobre la gestión de emociones y aprender nuevos recursos para acompañar lo que sientes. No dudes en contactarnos encantadas estaremos de ayudarte.
Laura Raijenstein
Psicóloga Sanitaria- Directora GPO
Contacto: laurapsyonline@gmail.com
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